domingo, 8 de agosto de 2010

El crepúsculo de la heterosexualidad como naturaleza - Beatriz Preciado


25 Agosto 2009 Escrito por Beatriz Preciado 

Por Beatriz Preciado*
Leyendo a Monique Wittig con Foucault, a Butler con Negri, podemos decir que la heterosexualidad es, ante todo, un concepto económico que designa una posición específica en el seno de las relaciones de producción y de intercambio basada en la reducción del trabajo sexual, del trabajo de gestación y del trabajo de crianza y cuidado de los cuerpos a trabajo no remunerado[1]. Lo propio de este sistema económico sexual es funcionar a través de lo que podríamos llamar con Judith Butler la coerción performativa, es decir, a través de procesos semioticotécnicos, lingüísticos y corporales de repetición regulada impuestos por convenciones culturales. La ascensión del capitalismo resulta inimaginable sin la institucionalización del dispositivo heterosexual como modo de transformación en plusvalía de los servicios sexuales, de gestación, de cuidado y crianza realizados por las mujeres y no remunerados históricamente. Podríamos así hablar de una deuda de trabajo sexual no pagada que los hombres heterosexuales habrían contraído históricamente con las mujeres del mismo modo que los países ricos se permiten hablar de una deuda externa de los países pobres. Si la deuda por servicios sexuales se abonara, correspondería a todas las mujeres del planeta una renta vital suficiente para vivir sin trabajar durante el resto de sus vidas.
Pero la heterosexualidad no ha existido siempre. Más aún, si atendemos a los signos de tecnificación y de informatización del género que emergen a partir de la Segunda Guerra Mundial, podemos afirmar sin lugar a dudas que la heterosexualidad está llamada a desaparecer un día. De hecho, está desapareciendo. Esto no quiere decir que no habrá a partir de ahora relaciones sexuales entre bio-hombres y bio-mujeres, sino que las condiciones de la producción sexual (de cuerpos y de placeres) están cambiando drásticamente, y que estas se vuelven cada vez más similares a la producción de cuerpos y placeres desviantes, sometidas a las mismas regulaciones farmacopornográficas, estando todos los cuerpos sometidos a los mismos procesos de producción tecnobiopolítica. Dicho de otro modo, en el tiempo presente, todas las formas de sexualidad y de producción de placer, todas las economías libidinales y biopolíticas están sujetas a un mismo régimen de producción farmacopornográfico, a las mismas tecnologías moleculares y digitales de producción del sexo del género y de la sexualidad. Una de las características del régimen biopolítico heterosexual era el establecimiento, a través de un sistema científico de diagnóstico y clasificación del cuerpo, de una linealidad causal entre sexo anatómico (genitales femeninos o masculinos), género (apariencia, rol social, eso que después Judith Butler denominará performance femenina o masculina) y sexualidad (heterosexual o perversa). Según este modelo establecido por la psicopatología del siglo XIX a través de manuales como la Psychopathía Sexualis de Krafft-Ebing, a un sexo masculino le correspondía naturalmente una expresión de género masculino y una orientación heterosexual. Cualquier desviación de esta cadena causal estaba considerada como una patología. El descubrimiento, más bien la invención, de las hormonas sexuales y la posibilidad de su elaboración sintética a mediados del siglo XX modificará el carácter de irreversible de las formaciones identitarias (tanto genitales, como de género o de sexualidad). Así, desde 1960, los mismos compuestos estrogenados serán utilizados para el control de la fertilidad de las bio-mujeres (cuerpos que la medicina valida como femeninos en el nacimiento y cuyo proceso de feminización político-técnico será considerado como parte de un devenir natural) y para el cambio de sexo en casos de transexualidad femenina (M2F, de hombre a mujer); la misma testosterona hará girar las ruedas del Tour de Francia y transformará los cuerpos de los transexuales F2M, de mujer a hombre.

Esta maquinaria tecno-viva de la que formamos parte nos es un todo coherente e integrado. Los dos polos de la industria farmacopornográfica (fármaco y porno) funcionan más en oposición que en convergencia. Mientras la industria pornográfica produce en su mayoría representaciones normativas (sexo = penetración con bio-pene) e idealizadas de la práctica heterosexual y homosexual ofreciendo como justificación de la asimetría entre bio-hombres y bio-mujeres una diferencia anatómicamente fundada (bio-hombre = bio-pene, bio-mujer = bio-vagina), la industria farmacológica, biotecnológica y las nuevas técnicas de reproducción asistida, a pesar de seguir funcionando dentro de un marco legal heteronormativo, no dejan de desdibujar las fronteras entre los géneros y de hacer del dispositivo político económico heterosexual en su conjunto una medida de gestión de la subjetividad obsoleta.
* Agradecemos la gentileza de B. Preciado de permitirnos publicar este extracto de su libro “Testo Yonqui” en exclusiva para Revista Disidencia Sexual. El texto original se encuentra en B. Preciado, Testo Yonqui, Ed. Espasa Calpe, Madrid, 2008. Pags. 95-97.
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[1] Monique Wittig, El pensamiento Heterosexual, Egales, Madrid, 2005.

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