lunes, 11 de mayo de 2009

OPRIMIDAS Y EXPLOTADAS Andrea D´Atri

Las mujeres de la clase obrera

Este trabajo fue presentado a varias delegaciones de mujeres del interior del país que participaron del XII Encuentro Nacional de Mujeres, que se realizó en San Juan el 8, 9 y 10 de junio de 1997. El mismo acerca algunas reflexiones sobre el cruzamiento de la problemática de género con la cuestión de clase, desde una perspectiva marxista.

Hablar de género en una revista marxista o pretender ser marxista en el abordaje de la problemática de género no parece tarea sencilla de emprender.

Tres décadas de desencuentros prologan este intento de rescatar la teoría y el método del materialismo histórico para comprender la cuestión de género. Sin embargo, bueno es decir que feministas y marxistas de fin de siglo, al menos coincidimos en que “los puntos de vista de los subyugados son preferidos porque prometen relatos más adecuados, objetivos y transformadores del mundo” (1). De ahí que nuestro interés en la clase y el género “expresa en primer lugar el compromiso intelectual de construir una historia que incluya las historias de los oprimidos” (2) y, en segundo lugar, me permito agregar a título personal, la convicción de transformar esa historia de opresión.

Sin embargo, es necesario definir más precisamente nuestro posicionamiento, en ambos campos. ¿De qué marxismo hablamos? ¿Marxismo académico? ¿Revolucionario? ¿Occidental? ¿Feminismo de la igualdad? ¿De la diferencia? ¿Liberal? ¿Radical?

Tal como señalan Santa Cruz, Gianella y otras: “...feminismo y feminista son términos demasiado amplios y vagos. No hay un feminismo unívoco y monolítico y, aunque los diversos feminismos parecen coincidir en advertir la situación de sujeción de las mujeres, la injusticia de tal situación, la voluntad de revertirla y la convicción de que es posible lograrlo, hay grandes divergencias en aspectos claves dentro de las diferentes líneas de pensamiento o acción.” (3). Es que, como señalara Gerda Lerner: “(las mujeres) están subordinadas y explotadas, pero no son todas” (4). De allí que sostengamos que un análisis de clase se impone como necesario en el estudio histórico del feminismo y en el abordaje de la cuestión de género en la historia.

Consideramos que la lucha de clases es la fuerza motriz de la historia y que las mujeres integran las diferentes clases sociales en pugna. En ese sentido, las mujeres no constituirían una clase diferenciable. “Si partimos del criterio marxista, que trata de definir las clases sociales en relación con el proceso de producción y de acuerdo con la posesión efectiva de los medios de producción, las mujeres forman un grupo interclasista.” (5). Queremos subrayar, entonces, que consideramos la explotación como aquella relación entre clases sociales que hace referencia a la apropiación del producto del trabajo excedente de las masas trabajadoras por parte de la clase poseedora de los medios de producción. Se trataría, en este caso, de una categoría que hunde sus raíces en los aspectos estructurales económicos. Mientras que la opresión podríamos definirla como una relación de sometimiento por razones culturales, raciales o sexuales. Es decir, la categoría de opresión se refiere al uso de las desigualdades en función de poner en desventaja a un grupo social.

Pero explotación y opresión se combinan de diversas maneras. Volviendo a lo señalado por Gerda Lerner, podemos decir que la pertenencia de clase de un sujeto delimitará los contornos de su opresión. Por ejemplo, aunque la imposibilidad legal de ejercer derecho sobre el propio cuerpo sea uniforme para todas las mujeres en el plano formal; no son equivalentes, en el plano de lo real, las prácticas ilegales posibles y sus previsibles consecuencias para quienes pueden acceder -por posición económica, social y hasta nivel educativo- al clandestino aborto séptico y quienes deben morir por hemorragias e infecciones, víctimas de un orden “patriarcal” con descarnado rostro capitalista.

Aunque puede señalarse que las mujeres padecen discriminaciones legales, educacionales, culturales, políticas y económicas, existen evidentes diferencias de clase entre ellas, que moldearán en forma variable no sólo las vivencias subjetivas de la opresión, sino también y fundamentalmente, las posibilidades objetivas de enfrentamiento y superación parcial o no de estas condiciones sociales de discriminación.

Sólo partiendo de hacer visible esta diferenciación primordial que existe aún entre los sujetos que se inscriben dentro de una misma categoría genérica (incluso cuando esta pertenencia sea al género oprimido socialmente) es posible entender la amplia gama de actitudes y experiencias femeninas -según la procedencia social- y los resultados de diversas investigaciones que demuestran que, de manera preponderante, el factor de clase tiene mayor poder de cohesión que la adscripción a un género.

Por otra parte, sostenemos que el género es una categoría histórica y relacional. No se trataría de un atributo ontológico sino instrumental. Es decir, el género comprende al conjunto de las conductas que se construyen socialmente sobre la diferencia sexual y que hacen que mujeres y varones se comporten femenina o masculinamente. Funciones y características asociadas imaginariamente al sexo conformarían el género femenino y/o masculino. Pero esta diferenciación encierra asimismo la trampa de una jerarquización, es decir una valoración positiva y/o negativa asociada, de tales propiedades o conductas. En este sentido, “...el género no es una categoría descriptiva sino una normativa que determina la posición social de las mujeres y de los varones.” (6). Coincidimos con J.Scott cuando plantea que “el género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales basado en las diferencias que se perciben entre los sexos, y es una manera primaria de significar las relaciones de poder” (7). Relaciones de poder que se aprehenden en la vida familiar, se experimentan asimismo en las diferentes instituciones por las que atraviesa el sujeto en su socialización y no son más que la reproducción distorsionada de la división entre dominadores y dominados que surca la historia de la humanidad desde la esclavitud hasta nuestros días.

Ya Engels señalaba, refiriéndose a la monogamia, que podía considerarse a la familia como la forma celular de la sociedad civilizada en la cual se encuentran las contradicciones que alcanzan su pleno desarrollo en ella misma (8). Y es con el surgimiento de esta forma de familia monogámica y patriarcal que la vida social queda diferenciada en dos áreas: la pública y la privada, constituyendo esta última el ámbito específicamente destinado al género femenino. De ese modo, mientras que la producción de mercancías (la producción social) fue constituyéndose en una zona privativa de lo masculino, las actividades realizadas por la mujer en el seno de la familia quedaron reducidas a la reproducción biológica y la reproducción de la fuerza de trabajo consumida diariamente, es decir, la elaboración de valores de uso para el consumo directo y privado.

Es esta división de] trabajo determinada por el desarrollo socio-histórico la que conlleva en sí la constitución de subjetividades genéricas, y no hay nada de las diferencias sexuales anatómicas que explique y justifique la diferenciación jerarquizada de estas tareas.

Relegadas, entonces, de la esfera pública las mujeres por consecuencia, fueron excluidas de la Historia que, tradicionalmente, ha focalizado los procesos de transformación social desde las instituciones y los actores (“hombres públicos”) de las clases dominantes.

Cuando intentó reivindicar el rol de la mujer en la historia, la historiografía académica recuperó la figura de algunas mujeres excepcionales. Vidas femeninas que merecerían un tratamiento destacado por el rol desempeñado en áreas propias del varón, como la política, la ciencia, la cultura, etc. Demás está señalar que tales mujeres pertenecían a las clases dominantes o a sectores acomodados de las clases medias.

Hoy, entonces, frente a la tarea de reconstruir teóricamente las vinculaciones que existen entre género y clase, deberíamos preguntamos como hiciera Annarita Buttafuoco: “¿Cuáles son las mujeres que, borradas o ignoradas por la historiografía tradicional queremos hacer emerger?” (9). Y con la guía de ese interrogante revisamos el pasado y el presente, descubriendo que en las guerras, las catástrofes naturales, las situaciones de crisis extremas y las revoluciones, las mujeres más silenciadas en la vida cotidiana, las mujeres de la clase obrera y los sectores populares, son protagonistas. “En todos aquellos momentos en que se rompe la continuidad, cuando aparecen las formas no programables de la historia, las mujeres reaccionan bien, en muchas oportunidades, con una presencia que deja de lado los compromisos domésticos.” (10).

Fue ese el disparador de nuestro trabajo. De allí partimos para interrogar a las mujeres que, sometidas diariamente a la jornada fatigosa de las tareas hogareñas –“esclavas domésticas”, como dijera Lenin-, un día rompen con la abrumadora cotidianeidad del trabajo invisible y se hacen presentes en los conflictos obreros, en las tomas de fábrica, en las huelgas, en las movilizaciones, impulsadas -aunque suene contradictorio a los oídos del feminismo vulgar del sentido común- por la necesidad de defender y resguardar a su familia del ataque del capital y sus agentes.



Notas:

* Publicado en Revista Lucha de Clases N' 1 - Otoño / Invierno de 1997. Reproducido en la página web feminista La Morada.

1. HARAWAY, Donna: “Saberes situados: el problema de la ciencia en el feminismo y el privilegio de una perspectiva parcial”, en “De mujer a género: Teoría, interpretación y práctica feminista en las ciencias sociales” (compiladoras Ma. Cecilia Cangiano y Lindsay Du Bois)

2. SCOTT, Joan: “El género: una categoría útil para el análisis histórico" en op.cit.

3. SANTA CRUZ, GIANELLA y otras: “Aportes para una crítica de la teoría de género”, en “Mujeres y Filosofia: Teoría filosófica de género”
4. LERNER, Gerda: "The challenge of women's history", en "The majority finds its past. Placing wornen in History"
5. NASH, Mary: "Nuevas dimensiones en la historia de la mujer", en "Presencia y protagonismo" (compiladora Mary Nash)

6. SANTA CRUZ, GIANELLA y otras: op.cit.

7. SCOTT, Joan: op.cít.

8. ENGELS: “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”

9. BUTTAFUOCO, A.: “Historia y memoria de sí” en “Feminismo y teoría del discurso” (compiladora Colaizzi)

10. MENAPACE, L.: “Economía política della differenza sessuale”

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