domingo, 19 de abril de 2009

Entre el rosa y el violeta - Raquel Osborne

(Lesbianismo, feminismo y movimiento gay: relato de unos amores difíciles[1])

Raquel Osborne

RESUMEN
El sexo de l@s homosexuales no es neutro y ser hombre o mujer homosexuales no afecta por igual a cada uno. Los datos sobre las diferencias en ¿el menor número? y la visibilidad de las lesbianas nos indican que el género y la sexualidad atraviesan las diferencias entre las unas y los otros. Por otra parte, el colocar la sexualidad en el centro de la esfera de intereses de las lesbianas influye en la marginalidad que el lesbianismo ocupa en los debates sobre política feminista. Sobre las aproximaciones y alejamientos de las lesbianas organizadas respecto del movimiento gay así como del movimiento feminista, y las razones de ello, así como sobre el esbozo de algunos de los debates intra-lesbianas versará este trabajo. El material de análisis será sobre todo la producción académica y ensayística de los estudios gays, lésbicos y queer en España en los últimos 30 años.
Palabras clave: género, sexualidad, lesbianismo, invisibilidad, movimiento feminista, movimiento gay.

La visibilidad para lesbianas y gays es un asunto político de primer orden, es el punto primero en la agenda de cualquier asociación que luche por los derechos de las personas lgtb (Beatriz Gimeno, s/f)
Lesbiana es una de las pocas palabras en nuestra lengua, si no la única, que privilegia la sexualidad femenina (Beatriz Suárez Briones, 1996: 276)
Sería impropio decir que las lesbianas viven, se asocian, hacen el amor con mujeres, porque “la-mujer” no tiene sentido más que en los sistemas heterosexuales de pensamiento y en los sistemas económicos heterosexuales. Las lesbianas no son mujeres (Monique Wittig, 2006: 57)
INTRODUCCIÓN
Que en España ha tenido lugar un enorme cambio en todos los órdenes de la vida es ya un lugar común para todo el mundo. En el caso particular que nos ocupa, ese cambio ha sufrido una aceleración en los dos últimos años tras la llegada al poder del gobierno socialista de Rodríguez Zapatero. Hemos pasado en 35 años, y los textos que este artículo incluye lo van a reflejar, de leyes represivas y que además se cumplían porque iban unidas a actitudes enraizadas de profunda intolerancia hacia la diferencia/disidencia respecto de la heteronorma, a una de las leyes más avanzadas del mundo en la medida en que equipara al cien por cien los matrimonios y la p/maternidad de personas homosexuales con respecto a las heterosexuales. Esta ley fue aprobada finalmente por el Congreso de los Diputados el 30 de junio de 2005 y pudimos celebrar el 2 de julio un día del orgullo gay verdaderamente glorioso. Entonces uno de los lemas de la manifestación fue Y ahora, l@s transexuales. Al año siguiente, y tras algunas vacilaciones, el gobierno aprobó en Consejo de ministros y envió al Parlamento el proyecto de Ley de Identidad de Género, que regula el proceso del cambio de nombre y sexo en los documentos oficiales de las personas transexuales. España, pues, se ha convertido en un laboratorio de cambio social en temas LGTB: en poco tiempo la situación social ha cambiado drásticamente y la coyuntura política está permitiendo gozar de una igualdad de derechos poco menos que impensable hace nada.
Ello ha provocado una importante reacción conservadora en España, liderada ahora mismo en estas cuestiones por la Iglesia católica, que se manifiesta en el rechazo a los nuevos modelos de familia –a no confundir solamente con las nuevas familias de gays y lesbianas, porque ese término abarca otras varias posibilidades como son las familias monoparentales o las reconstituidas-: ven que se les ha acabado el monopolio de la transmisión de valores desde un punto de vista confesional católico.
Dos culturas se oponen aquí: una cultura que restringe y oprime frente a una cultura del placer y la elección en torno al sexo. En España, como acabamos de comentar, dos polos visibles de estas posturas son la Iglesia Católica de una parte, y de la otra los movimientos feministas y de gays y lesbianas. La sexualidad, el sexo está en primera línea de la discusión política, está condicionando las líneas maestras del debate público sobre los valores que rigen la sociedad y marcando las políticas públicas de manera muy destacada.
La estadounidense Gayle Rubin (1989) acuñó en los años ochenta del pasado siglo el concepto de jerarquía sexual, para señalar, entre otras cuestiones, que hay unas sexualidades mejor vistas que otras, y por ende, que hay personas y grupos más aceptados o rechazados en función del tipo de sexualidad en que se desenvuelven. Una de las consecuencias a extraer de esta conceptualización es que las fronteras de la sexualidad son móviles, y dónde y quién marca la línea divisoria entre unas sexualidades más aceptadas y otras que lo son menos depende de las fuerzas que se hallen en juego, lo que en lenguaje marxista se denomina la correlación de fuerzas.
Cuando por los mismos años yo estudiaba en los Estados Unidos, mi profesor Edwin Schur publicó un libro, The Politics of Deviance (1980). En él escribía que lo que se considera la norma y las desviaciones de la norma son el resultado de disputas políticas, una cuestión de poder: del poder de las definiciones, de imponer/consensuar las propias ideas frente a los que disienten de ellas. Los debates sobre la prostitución y las migraciones de las mujeres para el trabajo sexual, de las fuerzas LGTB a su vez con la ley del matrimonio y la adopción o el nuevo proyecto de Ley sobre la identidad de género –por mencionar los que nos quedan más a mano en relación a la sexualidad- son ejemplos de ello: nos hablan de sexualidades plurales –el modelo tradicional de sexualidad y familia heterosexual está dejando de ser el único posible y legitimado- y de fronteras móviles en esto de la jerarquía sexual –las familias gays y lésbicas están adquiriendo legitimidad, mientras que por el contrario la consideración social de la prostituta está posiblemente descendiendo en esa escala jerárquica a tenor de cómo van los debates.
Difícil lo tienen las fuerzas de la reacción en cuanto a volver a los modelos de familia tradicional a partir del momento en que se produjo la separación entre sexo y reproducción, esa pareja tan duradera por siglos. Eso propició otras rupturas, sobre todo en las sociedades occidentales, con las formas tradicionales de entender las relaciones erótico-afectivas entre las personas y los modelos construidos alrededor de eso. Nos referimos a la ruptura del modelo que indicaba una correspondencia entre un sexo determinado –ser hombre o mujer-, un género correspondiente –comportarse como hombre o como mujer- y orientar automáticamente el deseo hacia el sexo opuesto. Asimismo el trinomio sexo=matrimonio=reproducción como modelo dominante en nuestras sociedades también se quebró, dando lugar a las diversas formas de vivir el sexo, las relaciones y la p/maternidad que hoy se van extendiendo.
Un año después de la promulgación de la ley que igualaba los matrimonios y la adopción se habían celebrado 4.500 bodas, se habían iniciado tres divorcios y unas 50 parejas habían comenzado los trámites para la adopción conjunta de sus hijos, “cifras que demuestran la normalidad con que la sociedad ha aceptado esta ley. La familia tradicional no se ha roto, ni ha ocurrido ninguna de las desgracias que algunos vaticinaban", comentaba Beatriz Gimeno, presidenta de la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (FLGTB)[2]. Pero la “normalidad” se halla, como siempre, sesgada por sexo, a saber:
-en el Registro Civil de Madrid una de cada 10 parejas que había acudido en último año para casarse estaba formada por personas del mismo sexo. Los datos de la FLBTB recogían que de 7.722 expedientes de matrimonio, 830 lo eran de gays o lesbianas. De ellos, el 78% de las parejas estaba formada por hombres, y el 22% restante, por mujeres[3];
-cuando distintas “personalidades” han hecho su outing en la portada de la revista Zero, han sido muchos más los varones que las chicas. De hecho, los medios de comunicación se quejan de que cuando quieren hacer un reportaje sobre lesbianas les cuesta encontrar quienes se atrevan a dar la cara, y siempre son las mismas las que lo hacen;
-Mercedes Bengoechea (1997), a su vez, se preguntaba a propósito del libro editado por Buxán, libro pionero en los estudios universitarios lesbigays: “¿Cuál es la razón del silencio que rodea a la cultura lésbica? ¿Por qué se oyen tan pocas voces de mujer? ¿Por qué sólo hay (en este libro) tres firmas femeninas entre más de una decena de trabajos que versan sobre estudios gays y lésbicos?”. Beatriz Gimeno responde que "no es porque haya menos lesbianas, sino porque tienen menos necesidad de casarse. Viven en su invisibilidad -no es tan extraño que dos mujeres vivan juntas-, y sufren más si salen del armario"[4].
En lo que llevamos visto hasta ahora, se perfilan algunas cuestiones relevantes: cuando las luchas de los gays y lesbianas tienen un objetivo común –los cambios legales en este caso- el movimiento se unifica y las supuestas diferencias se minimizan. De hecho así ha sido en esta última movilización encabezada por la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales, Plataforma unitaria que ha liderado el cambio legal en España.
Pero la fiesta por la consecución de unos derechos impensables de lograr hace tan sólo tres años no debe hacernos pensar que el sexo de l@s homosexuales es neutro y que ser hombre o mujer homosexuales afecta por igual a cada uno. Los datos sobre las diferencias en ¿el menor número? y la visibilidad de las lesbianas respecto de los gays nos indican que el género y la sexualidad atraviesan las diferencias entre las unas y los otros. Por otra parte, el colocar la sexualidad en el centro de la esfera de intereses de las lesbianas influye en la marginalidad que el lesbianismo ocupa en los debates sobre política feminista. Sobre las aproximaciones y alejamientos de las lesbianas respecto del movimiento gay así como del movimiento feminista, y las razones de ello que, en suma, nos hablarán de lo que tienen en común y lo que diferencia a las mujeres lesbianas de las heterosexuales así como de los varones gays, versará este trabajo. Para ello llevaremos a cabo una revisión bibliográfica de la producción ensayística de los estudios gays, lésbicos y queer en España. No obstante, en las etapas correspondientes a las primeras fases de los respectivos movimientos una literatura más de militancia cobrará protagonismo ante la lógica ausencia de una tradición universitaria.
DE POR QUÉ LAS LESBIANAS NO SON MUJERES
El movimiento lesbiano en España comienza en los años de la transición política. Gracia Trujillo (2006) ha escrito una tesis doctoral en la que muestra la trayectoria de dicho movimiento, compuesto por varias corrientes cuya evolución, en el caso español y en líneas generales, comienza con la integración de las lesbianas en los Frentes de Liberación Homosexual en los años setenta y, posteriormente, en el interior del movimiento feminista a partir de la década de los ochenta; en los noventa (y hasta nuestros días), la militancia mixta con los gays vuelve a ser el modelo predominante, junto con un repunte de la radicalidad representado por los colectivos queer. Las cuatro grandes corrientes presentan discursos identitarios y posicionamientos diferentes en relación con los principales temas a los que hace frente el movimiento: la relación con otros movimientos y con el conjunto de las lesbianas; los objetivos políticos (la consecución de derechos versus el cambio social); su posición ante los debates sobre sexualidad y la reacción ante el SIDA.
Bajo el franquismo la disidencia sexual se forjará contra los valores que definían al régimen nacional-católico: contra la institución familiar, contra la Iglesia católica y contra la unidad de la patria. Durante la mayor parte de este periodo se siguió en España la pauta histórica francesa de no mencionar la homosexualidad en la legislación, siendo la principal figura de la represión legal la del “escándalo público” (Llamas y Vila 1997: 193). En los Estados Unidos estaba comenzando el movimiento gay tras las revueltas de homosexuales y travestis de Stonewall en 1969 y la lucha de los gays y lesbianas lograba en 1973 que la American Psychiatric Association eliminara la homosexualidad de su lista de enfermedades mentales -aunque no será hasta 1990 cuando la Organización Mundial de la Salud acuerde que la homosexualidad no es una patología-.
Mientras tanto en España se promulga en 1970 la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social. Con ella se penalizaba a homosexuales y prostitutas, entre otrss, con “medidas de seguridad”, que suponían un internamiento de enorme indeterminación –desde algunos meses a varios años -en centros especiales o, directamente, en prisiones-. Con ambas figuras delictivas se castigaba fundamentalmente a los varones homosexuales, a los travestis y a las prostitutas, pero no a las lesbianas, cuya posible represión bajo el franquismo ha sido apenas explorada y resulta difícilmente detectable[5]. Por tanto, el incipiente movimiento de gays, más visible que el cuasi inexistente de lesbianas, sale del franquismo con una lucha específica clara contra la Ley de Peligrosidad Social, al tiempo que se articula con otros movimientos ciudadanos que también emergen por aquel entonces, entre otros con los movimientos nacionalistas y los antimilitaristas en el periodo de efervescencia política que florece con la transición española de 1975 a 1982 (Llamas y Vila 1997: 197).
A finales de 1975 nace el movimiento feminista en España. El malestar encapsulado bajo el franquismo eclosiona. Los problemas para las mujeres residían en la organización patriarcal de la sociedad y en la subsiguiente sumisión femenina al varón así como en la división de roles entre mujeres y varones. La sexualidad es uno de los asuntos puestos sobre el tapete con el cuestionamiento de la separación entre las esferas de lo público y lo privado y la conciencia de que lo personal es político, en un contexto de represión sexual, el subsiguiente destape, los ecos de la “revolución sexual” y del feminismo reivindicativo del exterior. Todo ello contribuye a que se desmitifiquen algunos asuntos en torno a la sexualidad: su no naturalidad, su plasticidad a lo largo de la vida, la negación de un impulso sexual irrefrenable y de una agresividad natural por parte de los varones, la separación entre sexualidad y maternidad, la necesidad de la anticoncepción y de su despenalización, el derecho al aborto...
En torno a estos temas y relacionados con los partidos políticos o de forma autónoma surgen distintos grupos feministas, se crean librerías y centros de planificación familiar, se realizan debates y se articulan reivindicaciones como el derecho al divorcio, a la anticoncepción y al aborto libre y gratuito bajo el eslogan feminista del derecho al propio cuerpo.
Muchas de estas cuestiones eran defendidas por las lesbianas como feministas pero no eran sentidas como específicas de las lesbianas. Aunque en algunos contextos se podían debatir temas que les interesaban, como por ejemplo en 1976 en las I Jornades Catalanes de la Dona, no siempre las relaciones eran tan fluidas en el seno del movimiento feminista y primaba más la imagen de que no se identificara públicamente feminismo con lesbianismo. Estos planteamientos resonaban en viejos prejuicios. Si la misoginia estaba presente en el movimiento gay, la lesbofobia aparece en el feminismo, temeroso, de una parte, de ser identificado con las lesbianas, a las que se pide que se comporten, que guarden las formas en público “porque si no, las mujeres no vienen” (Ammann, 1979) -el miedo al “contagio del estigma”- y, de otra, nada dispuesto a cuestionar el heterocentrismo de sus discursos (Llamas y Vila, 1997: 202, Gimeno, 2005a: 195).
Del temprano lesbianismo político de la época, corriente que nunca prosperó en España[6], contamos con un curioso e inestimable documento por parte de la feminista heterosexual Victoria Sau[7]. Puesto que las reivindicaciones mencionadas debían ser asumibles por todas las feministas, decía esta autora desde las posiciones del lesbianismo político, el feminismo, actuando como paraguas, borraba las diferencias entre las lesbianas y las heterosexuales bajo el común denominador de que todas son mujeres (Sau, 1979: 71). Para ello, se relegaba la opción sexual de cada una a su vida privada. Las mujeres, unidas ahora en su lucha contra la opresión masculina, descubren que su gran afinidad entre sí trasciende tradicionales rivalidades por un hombre más allá de su posible vida privada con una pareja heterosexual. La afinidad, pues, se entiende como mujeres, única identidad posible y deseable para las mujeres feministas, lesbianas o no.
Sau valora el lesbianismo, no por ser “un fenómeno de expresión sexual diferenciada respecto a la asumida mayoritariamente” sino por su carácter de “auténtica subversión respecto al sistema”, lo que le confiere “un clarísimo contenido político y revolucionario”(Ibid., 6). Este feminismo asocia como constitutivo de la lesbiana una serie de cualidades deseables para el feminismo: “El lesbianismo cuestiona los valores que forman parte de la heterosexualidad, el matrimonio, la familia, la dependencia de la mujer respecto al hombre, la maternidad y los papeles masculino y femenino. Cuestiona, por lo tanto, indirectamente, el propio sistema económico” (Ibid., 5). En suma, se valoraba el lesbianismo como una posición política que cualquier mujer puede hacer suya como la vanguardia del feminismo.
Frente a esta posición Gretel Ammann[8] se queja de la nueva moral feminista que ha colocado a la lesbiana en un lugar excelso, como la mejor feminista. Al considerar al lesbianismo como una opción política, más allá de gustos/apetencias sexuales, se fuerza a las lesbianas a explicar por qué no les gustan los hombres y, en base a las supuestas respuestas, se elabora una teoría útil para concertar alianzas o rupturas etc... Además, como su comportamiento está destinado a convertirse en un modelo, ha de ser especialmente virtuoso. En consecuencia, se proclama como ideal una sexualidad “sensual”, no genitalizada –de connotaciones masculinas-, y en general se proscribe cualquier conducta asociada a un rol masculino por entender que las diferencias fisiológicas llevan aparejadas ineludiblemente unos determinados comportamientos, que por tanto se deben evitar so pena de ser tachadas las lesbianas de imitadoras de comportamientos masculinos (Ammann Martínez, 1979)[9].
La crítica a estas posiciones asume que desde ellas se está aceptando implícita y profundamente la tradicional división de roles pues al hablar de un modelo sexual heterosexual masculino, se concibe al varón como lo activo y por tanto la mujer heterosexual no tiene otro papel que el de receptora de la sexualidad masculina, ignorándose, así, la sexualidad femenina (Ammann Martínez, 1980: 3).
La segunda trampa que se esconde tras esta posición es la concepción de sólo dos papeles sexuales que decretan para cada sexo un código de conductas, creando una dependencia biunívoca e inevitable entre género y sexo, que sin embargo Ammann, siguiendo a Stoller, piensa que pueden tomar vías independientes: que haya dos sexos no quiere decir que sólo haya dos géneros (Ibid.: 4).
Lo que Ammann está reivindicando es a la lesbiana con una identidad propia, más allá de que como sexo fisiológico se pertenezca al grupo de las mujeres: lo que prima socialmente no es la definición por sexo sino por género, a diferenciar entre las mujeres heterosexuales y las mujeres lesbianas, con formas diferenciadas de experimentar las fantasías, de hacer el amor, de alimentarse de mitos, vivencias o afectos. Del mismo modo se reivindica la diferencia frente a los gays, más allá de los aspectos comunes de relacionarse sexualmente con personas del mismo sexo y de la opresión que sufren. Sexo, género y sexualidad dejan de tener una correspondencia obligada biunívoca (Ibid.: 8-11).
Estos debates prefiguran muchos de los que con posterioridad han tenido lugar entre feminismo y lesbianismo. Si el feminismo cuestionó lo masculino y lo femenino, y para ello el concepto central fue el de género, desde el lesbianismo se cuestionó la heterosexualidad/homosexualidad, y por ello se puede decir que el centro del pensamiento lesbiano es la sexualidad (Suárez Briones, 1997). Mas para ello hubo de pensarse qué era una lesbiana y cómo se definía. Y como hemos visto, dos definiciones opuestas se apuntaban: una la que la definía por la afinidad entre mujeres y la resistencia al patriarcado como nexo de unión entre las mujeres y otra que apuntaba más bien a la lesbiana como mujer cuyo deseo sexual se orienta hacia otras mujeres, y que como tal plantea una problemática específica.
Era difícil, pues, para las lesbianas mantener su idiosincracia en el seno del movimiento feminista. Se les decía que lo “suyo” no estaba a la orden del día y que mientras tanto debían apoyar las cuestiones generales. Se argumentaba que el feminismo, como la vieja revolución, asumía la lucha de todos los grupos oprimidos y que las lesbianas debían entenderlo (Sau,1979: 69). Sin embargo, aunque las nuevas perspectivas sobre la sexualidad “rompían con los moldes de la heterosexualidad dominante”, y eran rompedoras porque se atrevían a presentar a las mujeres como seres sexuales y no sólo en tanto que objetos para el placer masculino, la sensación era que no se salía del marco heterosexual (Pineda, 2007). El movimiento feminista, en la práctica, se limitaba a apoyar las posiciones del magro movimiento lesbigay en cuanto a las denuncias en torno a la represión padecida por las personas homosexuales y a la derogación de la vigente Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social.
En 1979 se eliminan legalmente las referencias a los “actos de homosexualidad” en dicha ley. Las dificultades para contar con una voz propia y específica en el seno del feminismo, más las actitudes misóginas percibidas por muchas de las lesbianas que militaban en grupos mixtos con los gays, impulsan la constitución, a principios de los años ochenta, de grupos independientes de lesbianas. Así pues, en enero de 1981 se constituye el Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid (CFLM), al que siguen distintos grupos similares repartidos por una buena parte de la geografía española, incorporados a la Coordinadora de Organizaciones Feministas del Estado Español, que mantenía convocatorias estatales periódicamente. En 1983 se organizan las primeras jornadas de lesbianas sobre sexualidad en Madrid y más allá de continuar los debates sobre las diferentes aportaciones desarrolladas en el seno del feminismo sobre la sexualidad, este encuentro marca el inicio del movimiento organizado de lesbianas en el Estado español (Llamas y Vila, 1997: 202).
En este conjunto de factores no es ajena la general evolución política en España, donde la transición política se acaba cuando triunfa el PSOE en las elecciones legislativas de 1982 y a la nueva Administración del Estado se encarama buena parte de los cuadros feministas que habían comenzado su andadura tras la muerte de Franco. Ello creó una cierta fractura entre el feminismo de base organizado y el feminismo institucionalizado. Las cuestiones relativas a la sexualidad no iban a incorporarse a las políticas públicas más allá del derecho al aborto –nunca defendido, por otra parte, como un factor necesario para una sexualidad más libre excepto por las feministas vinculadas a las Comisiones por derecho al aborto de la Coordinadora Feminista estatal, muy ligadas al CFLM-, y el feminismo de a pie quedó en buena parte descabezado.
LA DÉCADA DE LOS OCHENTA: EL CASO DEL COLECTIVO DE FEMINISTAS LESBIANAS DE MADRID (CFLM)[10]
Para analizar los principales debates que centraban la atención de las feministas lesbianas en la década de los ochenta analizaremos el caso del CFLM, tanto porque lo consideramos una muestra representativa de la época como por hallarse bien documentado.
Tres líneas de acción caracterizan al CFLM: la introducción de los problemas propios en la agenda feminista, la imagen ante los media y la respuesta puntual a las agresiones a las lesbianas.
Al definirse fundamentalmente como feministas, pero manteniendo una autonomía en tanto que lesbianas, el colectivo de lesbianas pretendió definir sus propios intereses y prioridades y portarlas al movimiento feminista con la intención de que éste asumiera el hecho del lesbianismo al mismo nivel que la heterosexualidad. Si esto se lograba, el conjunto del feminismo serviría de caja de resonancia y como plataforma para una ofensiva social a favor del lesbianismo y en contra de la norma heterosexual. En cuanto a la forma de entender el lesbianismo, se abogaba por hacerlo como opción u orientación sexual mientras se desmarcaba, como ya hemos señalado, tanto de la visión del lesbianismo como opción política como de la opción que propugnaba el separatismo. Diversas cuestiones/debates como el de la doble militancia, la pugna igualdad/diferencia y sobre todo el de la pornografía, las fantasías sexuales y en general, las sexualidades no ortodoxas marcan las posturas en la segunda mitad de la década.
Los debates relativos a la pornografía, presentes en el mundo anglosajón desde finales de los años setenta y primera mitad de los años ochenta, fueron introducidos en España en la segunda mitad de la década sobre todo por Raquel Osborne (1989, 1993). La revista Nosotras, que nos queremos tanto (publicada por el CFLM), recoge algunos de estos textos, que se difunden entre todos los colectivos integrados en la Coordinadora Feminista (Osborne, 1988; Newton y Walton, 1989). Revolución, posteriormente renominada Talasa, publica libros tan relevantes como una selección de Placer y peligro, de Carole Vance (1989), y ya como Talasa, El malestar de la sexualidad, de Jeffrey Weeks (1993) y El don de Safo. El libro de la sexualidad lesbiana, de Pat Califia (1997). En esos debates se estaba discutiendo sobre todo acerca de qué tipo de sexualidad era capaz de asumir el movimiento feminista, si había “una sexualidad feminista” o podíamos hablar de sexualidades diversas, más allá de las jerarquías sexuales. La buena feminista que, en suma, se correspondía con la lesbiana política y defendida desde el feminismo cultural anglosajón, se contraponía a las feministas que se negaban a aceptar una sexualidad normativizada en aras de la buena apariencia y de la unidad feministas, defendiendo la promiscuidad hetero u homo, la representación de los roles sexuales y el sadomasoquismo entre lesbianas.
Las relaciones de poder entre las mujeres, el papel de las fantasías y las representaciones sexuales, el lugar de las trabajadoras del sexo en el seno del feminismo eran desde entonces objeto de debate en esa redefinición del nuevo papel de las mujeres como seres sexuales y del papel de la sexualidad en la situación de las mujeres. Las discusiones sobre el lesbianismo de uno u otro signo tuvo todo el tiempo la virtualidad de poner en el centro del debate la figura de la sexualidad y el cuestionamiento de la heterosexualidad como institución.
En esos años se cuidó también por parte del Colectivo las relaciones con los medios de comunicación, especialmente la prensa. Corrían los primeros tiempos del primer gobierno socialista y se buscaba especialmente el contacto con la prensa progresista de la época –Diario16, Cambio16, Informaciones, El País, Diario de Madrid- y con l@s periodistas amistosas con la causa feminista en general.
El movimiento feminista que basculaba alrededor de la Coordinadora Feminista fue a su vez el que primero se ocupó en nuestro país de denunciar la violencia machista, las agresiones sexuales y el maltrato doméstico, liderando la campaña que culminó con la reforma del Código Penal de 1989. En este contexto se abrió un espacio para la denuncia de las agresiones contra las lesbianas. El apoyo a dos mujeres detenidas por besarse abiertamente en la calle dio lugar en 1987 a la primera Besada de la historia feminista y lesbiana en España, forma de agitación que se ha repetido en tantas manifestaciones feministas y gays, atrayendo a los medios de comunicación y visibilizando por primera vez a las lesbianas. En el mismo año, el caso de la retirada de la custodia de su hija a una mujer en trance de separación por “sospechas de lesbianismo” moviliza de nuevo a las lesbianas, poniendo sobre el tapete la problemática de las madres lesbianas separadas de previas parejas heterosexuales.
El debate en torno a la pornografía tenía como metaobjetivo, al menos allende nuestras fronteras, unir a todas las mujeres, más allá de los innumerables ismos que las separaban, en aras de una supuesta problemática común. Esta “comonalidad” no fue reconocida así por el sector de las feministas denominadas prosexo, que lo entendió más bien como una forma de puritanismo sexual y un intento de acallar las voces de una sexualidad que se antojaba “impresentable” para el canon feminista deseable por la mayoría del movimiento, cuya “aparente” unidad no pudo sostenerse más ante el envite que se aproximaba desde el feminismo post-estructural y posmoderno, y que se prolongó con la teoría queer. Desde el feminismo de color y poscolonial se estaba asimismo cuestionando esa supuesta unicidad del sujeto mujer blanca occidental de clase media y heterosexual, otro lugar, pues, desde el que se estaban prefigurando algunos de los debates entre modernidad y postmodernidad: el nuevo sujeto fragmentado, por contraposición al sujeto único universal de clase media, en este caso en clave feminista.
De este modo y ya a principios de los noventa las lesbianas se reúnen con sus colegas gays, bien en el re-naciente Movimiento de Liberación Homosexual –como ejemplifica Beatriz Gimeno-, bien como lesbianas autónomas críticas con el feminismo/lesbianismo político y próximas a otros grupos gays también críticos con los planteamientos mayoritarios de los varones gays –caso de LSD (siglas sin denominación fija sino variable: lesbianas sin duda, lesbianas sexo diferente, lesbianas sin destino, lesbianas sudando deseo o lesbianas sin dinero, entre otros), muy cercano al grupo “la Radical Gai”-, o continúan dentro del feminismo pero con sus posiciones lesbianas diluidas y/o dedicadas a otras temáticas –véase el caso de las miembros del Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid.
DE LAS POLÍTICAS DE LA IDENTIDAD A LAS INTERVENCIONES QUEER
Lesbianas y gays se han convertido en una fuerza colectiva crucial en occidente al dotarse de una identidad colectiva fuerte, la del “ser” homosexual, y así lograr amplias movilizaciones y conquistas sociales y legales importantes. Pero el esencialismo inherente a dicha identificación se ha convertido en blanco preferido del activismo queer, interesado en disolver las identidades “fijas” por considerarlas un obstáculo para la transformación social (Suárez Briones, 2002). Una y otra corriente se interpelan mutuamente, en una tensión ineludible y esperemos que fructífera.
En España, la producción de y sobre la realidad local lésbica ha estado mucho más ausente que la gay hasta el presente siglo. Uno de los primeros ensayos de lo que podríamos llamar estudios gays y lésbicos es el de Olga Viñuales sobre identidades lésbicas (2000, 2006), que se ha visto recientemente re-editado. En él se muestran las etapas observadas en la construcción de las identidades lésbicas -aceptación del estigma, revelación de identidad y visibilidad-. La adscripción a una nueva categoría (la de lesbiana) proporciona la posibilidad de entablar relaciones personales y la formación de grupos, tal y como ha estudiado igualmente Jordi Monferrer (2006).
En el momento en que Viñuales realiza su estudio (finales de los noventa), un sector de las lesbianas, el institucional o de carácter moderado, se hallaba inmerso en un proceso de redefinición de la identidad, tratando de consensuar un discurso político “aceptable” que a la postre se ha visto ligado a las reivindicaciones que han hecho posible la legalización del matrimonio en España. Protagonista en ese proceso es la ya citada Beatriz Gimeno (2005a), para quien los planteamientos queer, con su insistencia en el sexo genital y su falta de compromiso, simplifican, banalizan y despolitizan los principios cuestionadores del lesbianismo –político, habría que añadir, pues es la corriente a la que se adscribe Gimeno. De hecho Gimeno critica, por una parte, la misoginia y la invisibilidad en que se ve envuelto el lesbianismo cuando se alía con el movimiento gay, y por la otra, apela a la comunidad feminista, en cuya tradición se reconoce y en cuyo seno le gustaría ver florecer los presupuestos del lesbianismo político, tarea más que difícil de realizar en la práctica y ante la que no profesa la mayor de las esperanzas.
La puesta en cuestión del sujeto político llevado a cabo por las postestructuralistas consistió, entre otras cosas, en sacudir los fundamentos de la teoría y de la política de identidad y en promover opciones de resistencia a la norma más a partir de nociones de diferencia o de margen que de identidad (Bourcier, 2002.). Así pues, desde la óptica queer, el criterio de coaliciones a pesar de las barreras de clase, raza, género y toda suerte de disidencias sexuales, empuja a las lesbianas a alinearse con los sectores masculinos gays críticos con lo que Vélez-Pelligrini (2005) ha denominado corrientes asimilacionistas -sobredimensionadas, a su entender, con las reformas legales en España- frente a las diferencialistas que ellos representan. El ejemplo de unidad de planteamientos y a veces de acción lo representó en España LSD y la Radical Gai en los años noventa.
De hecho, el sector queer está contestando desde dentro y desde una postura radical pero muy minoritaria la lucha del movimiento por las reivindicaciones sobre el matrimonio como integradora y conformista[11]. Gimeno cuestiona el alcance de la crítica pues, en su opinión, el haber planteado desde el principio y como no negociable la equiparación legal del matrimonio y la adopción ha constituido la estrategia acertada: las airadas reacciones de las Iglesias[12] y la derecha mueven a pensarlo, y a raíz de eso ni matrimonio ni familia serán lo mismo porque se ha cuestionado la heterosexualidad y la procreación biológica como principio organizador de la familia y de la sociedad (Gimeno, 2006).
Hace pocos años el crítico de la cultura Paul Julian Smith se preguntaba por qué no había teoría queer en España (Smith, 2001). Suárez Briones (2002), a su vez, constataba el desinterés editorial por este pensamiento tan influyente en otras latitudes. Afortunadamente, en pocos años el panorama ha cambiado y ahora contamos con una cascada de recientes publicaciones, tanto de autores foráneos como locales, que permiten trazar una trayectoria que comienza a resultar consistente.
Entre las traducciones, casi siempre con muchos años de retraso desde su publicación original, han visto la luz en los últimos años se encuentran Wittig (2006)[13], las feministas lesbianas de color estadounidenses: Lorde, 1984, 2004; bell hooks et al., 2004 y Anzaldúa, 1987, 2004; De Lauretis (2000); Kosovsky Sedgwick (1990, 1998); Fuss (en Mérida, 2002); Haraway (1995). Destacamos los textos de Judith Butler, cuyo archicitado libro Gender trouble, publicado en 1991 y traducido como El género en disputa, fue publicado por Paidós en 2001, siguiéndole algún tiempo después Bodies that Matter, publicado igualmente por Paidós.
Lo queer se ubica entre diversas genealogías tales que el feminismo, el constructivismo social, el materialismo postmarxista y los estudios gays y lesbianos (Suárez Briones, 2002). Entre las lesbianas sin duda el trabajo más innovador de teoría queer hecho por una española es el de Beatriz Preciado. En el Manifiesto contra-sexual (2002) “reivindica su filiación con los análisis de la heterosexualidad como régimen político de Wittig, las investigaciones de los dispositivos sexuales modernos llevada a cabo por Foucault, los análisis de la identidad performativa de Butler y la política del cyborg de Haraway” (p. 21). Contando, además, entre sus musas a Carole Vance, Gayle Rubin y Pat Califia, entiende la contrasexualidad como el fin de la Naturaleza como orden que legitima la sujeción de unos cuerpos a otros.
La nueva sociedad toma el nombre de sociedad contra-sexual por dos razones. En primer lugar porque de manera negativa la sociedad contra-sexual remite a la deconstrucción sistemática de la naturalización de las prácticas sexuales y del sistema de género. En segundo lugar y de manera positiva, la sociedad contra-sexual proclama la equivalencia (y no la igualdad) de todos los cuerpos-sujetos parlantes que se comprometen con los términos del contrato contra-sexual dedicado a la búsqueda del placer-saber (p. 19).
La contrasexualidad es también una teoría del cuerpo que se sitúa fuera de las oposiciones hombre/mujer, masculino/femenino, heterosexual/homosexual. Como señala Bourcier en el Prefacio, “Todos los impensados del feminismo se dan cita en el Manifiesto: los juguetes sexuales, la prostitución, la sexualidad anal, las operaciones del cambio de sexo, las subculturas sexuales sadomasoquistas o fetichistas. Preciado los convoca a todos ellos como ´los nuevos proletarios de una posible revolución sexual` (pp. 12-13), que otros han denominado las multitudes queer.
Desde una posición feminista queer que combina lo político con lo personal y lo académico, el libro colectivo El eje del mal es heterosexual (Romero Bachiller et. al., 2005) recoge un conjunto de artículos, entre ellos algunos que se refieren al análisis de las producciones y articulaciones políticas en el Estado español. Estos últimos se centran en las representaciones de los colectivos queer, la denuncia de la desidia de las instituciones ante la crisis del SIDA en los años noventa, las diversas prácticas sexuales y las diferencias que hacen estallar las nociones de identidades homogéneas: osos, leather, butch-femme, intersexuales, transgéneros… En una línea similar, en Teoría queer. Políticas bolleras, maricas, trans, mestizas (Córdoba, 2005), los y las autoras reflejan la complejidad de la(s) teoría(s) y las prácticas políticas queer, protagonizadas por las minorías sexuales excluidas y marginadas por raritas, extrañas, desviadas en definitiva de un sistema heterocentrado que las empuja a los márgenes. En él se defiende la teoría queer no como una teoría cerrada o un corpus de saber, sino como un conjunto de herramientas críticas para la intervención política: críticas de la normalidad heterosexual, de las prácticas biopolíticas de la medicina y del estado sobre los cuerpos enfermos y sanos, de las mutilaciones que sufren l@s interesexuales, de la mirada colonial sobre las inmigrantes bolleras, trans o maricas, de la apropiación académica de las luchas populares, de la rigidez de las marcas de género con que se excluye a las personas transexuales. De entre las autoras, además de Beatriz Preciado, destacan Fefa Vila, Carmen Romero Bachiller, Gracia Trujillo Barbadillo y Silvia García Dauder, entre otros nombres, en la producción ensayística queer “local”.
En el capítulo de las tesis doctorales y a caballo entre los movimientos sociales y la crítica a la teoría queer se encuentra la investigacón de Susana López Penedo Las condiciones de producción de la Teoría Queer. En el marco de los movimientos sociales la tesis analiza aquellos basados en la identidad del sujeto, especialmente el movimiento gay y lésbico y en su seno, pero también al margen del mismo, el movimiento queer con su grupo de teóricos/as surgidos durante los años noventa. La tesis tiene como finalidad estudiar las dinámicas creadas por esta interacción y que pueden comprometer el potencial político de la acción colectiva.
Un amplio recorrido historiográfico y crítico por las producciones artísticas y políticas feministas queer del Estado español se puede consultar en el exhaustivo trabajo ya citado de Carmen Navarrete, María Ruido y Fefa Vila, “Trastornos para devenir: entre artes y políticas feministas y queer en el Estado español” (2005). En él se revisan los cruces entre política, producción artística, feminismo y queer en España, narrando la tardía, escasa y dificultosa recepción en nuestro país de teorías y debates allende nuestras fronteras, y reseñando el estado de la cuestión desde los años setenta hasta el presente. Destaca el trabajo y el discurso de algunas artistas, interesadas en la reflexión feminista como teoría política así como en la teoría y políticas queer y sus correspondientes activismos. Bastante desalentador resulta el panorama ofrecido, que no acaba de generar una producción femenina asentada y, sobre todo, con peso en el panorama artístico y académico. Aunque no me puedo extender aquí, me gustaría destacar un precioso trabajo de Juan Vicente Aliaga (2004), Arte y cuestiones de género, en el que se hace un recorrido por las distintas etapas del feminismo y/o de la posición de las mujeres a lo largo del siglo XX y sus producciones artísticas en relación a la sexualidad.
CUESTIONAMIENTO DEL SEXO/GÉNERO/IDENTIDAD
Que las identidades no son fijas e inamovibles, que las relaciones conceptuales entre sexo, género y sexualidad, cuerpo e identidad son fluidas y relacionales, que hay importantes controversias en el seno de la teoría feminista y la teoría lesbiana acerca del manejo y la interpretación de estos conceptos así como que el fenómeno de la transexualidad, más allá de su trascendencia política, nos ayuda a reflexionar sobre estas cuestiones, son temas tratados por divers@s autor@s cuyos trabajos merecen la pena ser reseñados.
Silvia Tubert compiló un volumen en 2003 en el que presenta un mosaico de reflexiones críticas sobre el concepto de género, formuladas desde la perspectiva de diversas disciplinas que se han valido de él, como la filosofía, el psicoanálisis, la sociolingüística, la literatura o la antropología. El género como conceptualización de las diferencias entre los sexos y como relaciones significantes de poder, la constitución del sujeto sexuado en relación con dichas diferencias, la influencia del sexo sobre el género y del género sobre el sexo, la categoría de mujeres en relación con el concepto de género, la revisión de los escritos de varias de las principales teóricas al respecto –Chodorow, Butler, de Lauretis, Scott- son algunas de las múltiples vertientes que nos alertan sobre las limitaciones del concepto de género y el peligro de esencialización del mismo.
Por su parte, la antropóloga Mari Luz Esteban (2004) defiende que sentirse hombre o mujer no es algo estático o uniforme sino que está en continuo cambio, es decir, que es un proceso abierto, complejo y plural. Pero además considera que tanto la conformación de la identidad de género como las prácticas sociales e individuales de mujeres y hombres, así como los debates y las luchas feministas, son fenómenos sustancialmente corporales. Sexo, género, sexualidad y cuerpo no son categorías estáticas sino en movimiento, que la autora estudia en este libro por medio de los itinerarios corporales de doce entrevistadas/os, algunas de ellas lesbianas, a quienes se concibe como agentes y no meramente víctimas de su propia vida y trayectorias.
Aunque vivimos en una sociedad y un tiempo ampliamente tolerante en materia de sexualidad, existen conductas sancionadas que marcan los límites que esa sociedad está dispuesta a aceptar, límites que funcionan como forma de control no sólo de las mujeres a quienes se considera que tienen que ver son esas conductas sino del conjunto de las mujeres. Dolores Juliano (2004) trata de algunos de los colectivos de mujeres que quedan fuera de los cánones de conducta considerados deseables dentro del modelo patriarcal: mujeres solas, ancianas que mantienen su actividad sexual, trabajadoras sexuales o lesbianas. Entre las conductas obligatorias, tipificadas de naturales, está la hetererosexualidad y el mantenimiento durante toda la existencia de identidades fijas. Las personas que cuestionan en la práctica estas conductas, supuestamente naturales, sufren presiones sociales, discriminación y violencia simbólica y material.
Dos de los asuntos que trata Juliano en su trabajo son el de la sexualidad de las mujeres mayores y el de la violencia hacia las mujeres que se salen de la norma. Sobre el primero de los aspectos ha trabajado la psicóloga Anna Freixas (en Coria, Freixas y Cova, 2005), quien visibiliza en sus escritos la sexualidad de las lesbianas mayores, resaltando el edadismo y heterosexismo de los enfoques al uso. Beatriz Gimeno, por su parte, realizó en 2002 un trabajo sobre “Vejez y orientación sexual” en el que, cuando profundiza en la vejez asociada al lesbianismo, llega a la conclusión de que es “una combinación no demasiado mala”: la parte más negativa sería la económica, pero la no dependencia de la mirada masculina para sentirse deseadas, la relativa ausencia de discriminación por la edad en las relaciones sexuales entre mujeres, la creación de fuertes lazos amistosos y de solidaridad con otras mujeres, la mayor longevidad femenina que produce una diferencia en la “viudez” para las heterosexuales así como la relativamente numerosa proporción de lesbianas madres –frente a los gays-, hacen que su situación sea a menudo relativamente mejor que la de muchos varones gays y mujeres heterosexuales.
La segunda cuestión que menciona Juliano es la de la violencia hacia las mujeres “diferentes” que no se atienen a la norma, por ejemplo, contra las lesbianas. Juliano distingue entre violencia física y violencia simbólica. Esta última sería la ejercida por la institución escolar y otros constructores autorizados de opinión pública –políticos, expertos, periodistas-. A propósito de las escuelas, un reciente estudio coordinado por Jesús Generelo y José Ignacio Pichardo (2006) ha tenido como principal objetivo mostrar la homofobia existente en el sistema educativo español, donde el acoso escolar que sufren quienes tienen una sexualidad no-heterosexual en forma de insultos, exclusión o agresiones por parte de sus compañeros y compañeras se encuentra invisibilizado. En el estudio, realizado con pocos medios y que constituye un primer acercamiento al tema, aparece que las chicas se muestran más respetuosas con la diversidad y más informadas que los chicos, así como más seguras de su identidad, mientras que los chicos se sienten mucho más incómodos que ellas ante personas LGTB, hasta el punto de que muchos no son capaces de empatizar en lo más mínimo con los gays.
Bajo esta luz cobra todo el sentido que la asignatura de “Educación para la ciudadanía” prevea la inclusión en sus contenidos la crítica a los prejuicios homófobos[14]. Pero hay otro tipo de violencia en las parejas de mujeres lesbianas, que es uno de los secretos mejor guardados tanto por las mujeres que la padecen como por parte de los colectivos de lesbianas. Maite Mateos, responsable del Programa Municipal de Violencia de Género del Ayuntamiento de Bilbao, resalta la dificultad de aceptar esta realidad por la prevalencia del mito, alimentado por las lesbianas feministas, que presenta como idílico el amor entre mujeres e impensable las relaciones de poder-sumisión entre las mismas. La imprevisión de las instituciones ante tal fenómeno y la doble vergüenza por ser maltratada y lesbiana puede llevar a un gran desamparo institucional. En algunos países europeos, no obstante, en la formación de los profesionales dedicados a la intervención social en casos de violencia en las relaciones afectivo-sexuales se incluye expresamente los casos de violencia en parejas de lesbianas y de gays.
Con una mirada antropológica, que parte de una identidad LGBT separada, contamos con el trabajo de Olga Viñuales. En su libro titulado Lesbofobia (2002) hace un repaso crítico de aquellas investigaciones que durante el siglo XX mostraron la falsedad de un orden simbólico basado en un discurso médico que vinculaba estrechamente sexo, género, prácticas sexuales y orientación sexual y que tanto ha influido en nuestra manera de categorizar el cuerpo, construir el género y las identidades sexuales, conduciendo a la consideración de determinadas prácticas sexuales como más sanas y recomendables que otras. Desde un tipo de sexualidad BDSM[15] la misma autora publicará a finales de 2006, junto con Fernando Sáez, un libro titulado Armarios de Cuero, donde 12 personas explican cómo accedieron y cómo experimentan su adscripción a esta categoría vivida como sexo que pone a prueba los límites físicos en un contexto de roles polarizados vividos como un juego deseado, consentido y seguro. Es el primer libro de una colección sobre “narrativas de Coming Out” que comenzará a publicar Bellaterra. Según Viñuales, los datos muestran que tanto en España como en el resto de países del área occidental, las lesbianas son pioneras en este tema a diferencia de los gays, que tienden más bien a crear espacios leathers antes que Bdsm.
En esta línea de los estudios gays y lesbianos se halla en fase de preparación otro libro, esta vez editado por Raquel Platero (2007), que incluye aportaciones, en su mayor parte de doctorandas, sobre las representaciones en torno a la identidad lésbica en distintos medios como el arte –Elina Norandi-, la literatura –Angie Simonis-, internet –Paloma Ruiz Román-, o los medios de comunicación –la propia Platero-.
Volviendo a las controversias en torno al género, en 2003 hubo la posibilidad de incluir en el libro de Osborne y Guasch un pequeño artículo de Esther Núnez, embrión de su tesis doctoral. A Núñez le interesa el fenómeno de la transexualidad porque supone la oportunidad para hacer aflorar las normas de género subsistentes en una modernidad que, sin embargo, parece negar la presencia de una política de género. La transexualidad, definida como tal en los años 50 del siglo XX, entraña lo que Núñez denomina una “transgresión radical de género” en la medida en que cuestiona la posición, el estatus y la identidad, los tres elementos esenciales de la ubicación de la persona en el sistema de género. La creación de la categoría ha venido de la mano de la biología y de la psicología, derivando hacia razones individuales “incontrolables” la posible contestación de las normas de género que representa, evitando así “la dimensión política de la conflictividad de las normas de género”. Claro que ello no se realiza sin costes para los sujetos desviados, que deben recorrer un largo camino estigmatizado para lograr su ingreso en la categoría desviada.
Uno de esos “sujetos desviados” es Norma Mejía, que ha escrito un interesante libro que lleva por título Transgenerismos. Ensayo de etnografía extrema (2006). En él Mejía analiza los procesos de transexualización a partir de su biografía, la cual articula el hilo argumental del trabajo, en el que va y viene de lo personal a lo social. “Yo nací con la transexualidad” gusta de comentar, pues nuestra autora rondará los sesenta años, edad en que la transexualidad adquiere su nombre y se configura la “categoría” con que la conocemos hoy, tal y como nos contaba Núñez. La prostitución de las mujeres transexuales atraviesa la investigación, dejando claro que es una de las pocas profesiones que se permite a los trans de hombre a mujer como ella misma.
Beatriz Cavia Pardo está finalizando una tesis doctoral que se centra en los procesos de desestabilización social de la representación contemporánea del género. Para ello parte de entender la transexualidad como figura teórico-metodológica mediante la cual abordar la manera en que dichos procesos trazan las dinámicas de producción, transgresoras y/o reproductoras, de masculinidad y feminidad. Para el análisis de esta figura se establece una estructura de oposición entre los discursos expertos —inventores de la transexualidad como praxis patológica o subversiva— y los discursos experienciales, que basan su capacidad de agencia en la objetivación corporal de la identidad.
Por último, y en clave de divulgación pero partiendo de un serio conocimiento del tema, la revista Hegoak ha publicado en 2005 un pequeño dossier sobre el tema con tres colaboraciones que representan interesantes contribuciones al mismo. El primer trabajo corresponde a Cristina Garaizábal (“Transexualidades”), quien coordina la organización pro-derechos de las prostitutas Hetaira, con la que colabora el colectivo Transexualia; el segundo a Carla Antonelli (“Situación legal del colectivo transexual y ley de identidad de género”), coordinadora del área transexual del Grupo Federal GLTB-PSOE, y en tercer lugar el dossier incluye una entrevista con la líder feminista lesbiana Empar Pineda sobre la reasignación de sexo, en la que cuenta su experiencia en la Clínica Isadora, donde se tratan médicamente aspectos de salud sexual y reproductiva, entre ellos la cirugía de reasignación de sexo.
INVISIBILIDAD/INVISIBILIZACIÓN
Este es un tema recurrente en las preocupaciones de las lesbianas: la menor visibilidad que los varones gays. Ya las hemos visto ausentes de la represión franquista más rastreable; también hemos comprobado su menor presencia en las bodas que recientemente vienen celebrándose en España. Hemos recogido la afirmación de Gimeno (s/f) de que su salida del armario les resulta más complicada que a los varones. Es tal su invisibilidad que la Ley de Reproducción Asistida, aprobada después que la Ley sobre matrimonio y adopción por parte de homosexuales, se “olvidó” de reconocer la filiación automática para los hijos e hijas de los matrimonios formados por dos mujeres. Tras las protestas de los colectivos afectados, la solución vendrá con la Ley de Identidad de Género, que aprobará también una enmienda a la Ley de Reproducción Asistida para solucionar esta postrera discriminación legal de las madres lesbianas y sus hij@s.
Algunos datos parecen avalarlo: un estudio realizado por Beatriz Pérez Sancho (2005) sobre el manejo del secreto en familias con algún miembro homosexual parece sustanciar la proclama de invisibilidad que aqueja a la comunidad lésbica. La autora, psicóloga clínica en un servicio municipal de información y asistencia para lesbianas[16], encontró que los progenitores que consultan por un hijo varón triplican a los que consultan por una hija; en ningún caso un padre varón había consultado por una hija lesbiana. Ello se correlaciona positivamente con los estudios –entre ellos los de Soriano Rubio (1999)- que señalan que los hijos homosexuales varones comunican su homosexualidad a sus familias más que las hijas lesbianas. Según Pérez Sancho, otros estudios norteamericanos indican que el sexo del hijo/a homosexual es un factor diferencial muy fuerte a la hora de la integración de la homosexualidad de ese miembro en la familia, siendo más fácil integrar a un hijo gay que a una hija lesbiana. A ello se une que los hombres revelan antes y con mayor frecuencia su homosexualidad en su entorno. Como señala Gimeno, “nuestra discriminación tiene más que ver con el género que con la orientación sexual”. A las habituales dificultades por el hecho de ser mujeres en un mundo masculino –en el mundo laboral, profesional, en la consideración social de los hombres hacia las mujeres etc.- añade Empar Pineda “el tremendo problema de las dependencias afectivas hacia padres y madres como factor determinante en no atreverse a dar la cara” (2007). Parece claro que a las mujeres les resulta más complicado salir del armario.
En el contexto de un mundo en proceso de globalización, visibilizar las discriminaciones de las mujeres lesbianas desde la perspectiva de los derechos humanos es una vía válida y eficiente para promover el cambio cultural necesario en lo que atañe a las situaciones de desprotección e injusticia que en muchas ocasiones viven las mujeres que optan por una sexualidad al margen del sistema heteronormativo. Las mujeres lesbianas, al afrontar la invisibilidad, la misoginia y la lesbofobia, han jugado un papel muy importante en estos procesos de transformación, tanto desde el movimiento feminista como desde el movimiento de liberación de lesbianas, gays, bisexuales y transexuales. Estudiar la participación de las mujeres lesbianas en cada uno de estos ámbitos es lo que ha hecho José Ignacio Pichardo (2006), comprobando la forma en que abren caminos para el reconocimiento de los derechos de las personas homosexuales en el movimientos feminista y para los derechos de las mujeres en el movimiento LGTB.
Todo movimiento realiza, por otra parte, en sus momentos iniciales, la reconstrucción de su genealogía. En el terreno de la crítica literaria, es general la labor de visibilización de la literatura hecha por lesbianas o por autoras sin identificación lésbica pero que escriben sobre tal temática. Ya en forma pionera Victoria Sau dedica un capítulo de su librito a “Antecedentes” ilustres, empezando por Safo, siguiendo por Virginia Woolf, pasando por Radcliffe Hall y algunas autoras de la Rive Gauche francesa. En 2005 Angie Simonis se preguntaba: ¿Existe una literatura lesbiana en España?. Otra autora que escribe sobre algunas de las autoras mencionadas –Tusquets- es Julia Cela (1998), pero su recorrido no hace más que reunir en amalgama a una serie de escritores, casi todos varones, sin ninguna tesis aparente.
No es el caso de la crítica de arte y literatura Ana Monleón (2002), quien menciona la dificultad general de la salida del armario para gays y lesbianas por lo problemático de acompasar el propio deseo sexual de la persona con las estructuras que ofrece la sociedad en la que habrá de integrarse. Pero más allá de la situación general de gays y lesbianas, menciona Monleón expresamente el plus de invisibilidad que afecta a las lesbianas, que explica, en parte, “por la desigual consolidación de la mujer en general dentro de los estamentos de la sociedad y, por otra, por la paradoja que hace de la invisibilidad una suerte de aislamiento benigno al amparo del cual muchas lesbianas siguen su vida sin que se sepa la naturaleza real de sus relaciones”.
Ello explicaría la incipiente fase en que se encuentra la producción de textos ligados a la identidad lésbica en España, junto a la tardía entrada en escena de la mujer en el mundo de las letras. Aun cuando su artículo no entra expresamente en el análisis de autoras u obras, menciona especialmente como escritora emblemática española a Esther Tusquets, también escogida, junto a Sylvia Molloy, Carme Riera y Cristina Peri Rossi para su análisis crítico literario por Inmaculada Pertusa Seva (2005) en su libro sobre la salida del armario en literatura. En él señala cómo estas autoras, al ofrecernos la representación de una serie de personajes lesbianos que se esfuerzan por romper el silencio y la represión a la que están sometidos, han contribuido al desarrollo de un nuevo canon de la literatura lesbiana hispana. Un canon literario que hace patente la existencia de una vivencia lesbiana particular que ha estado luchando por su visibilidad. El silencio relacionado con la invisibilidad que experimenta la lesbiana va a originar la creación del espacio del armario: un lugar cerrado que, precisamente por ser parte de la construcción de la identidad lesbiana, se opone a ser destruido. También sobre Riera, Tusquets y Peri Rossi versa el trabajo de la filóloga y crítica literaria María Jesús Fariña Busto (2006: 116), quien señala que “la incorporación de las relaciones lesbianas dentro de los universos ficcionales y la ´salida del armario`de escritoras ya reconocidas colaboró a una normalización y dinamización imprescindibles”.
La crítica literaria feminista lesbiana en España tiene además otras dos insignes representantes como son Beatriz Suárez Briones y Mercedes Bengoechea, para quienes el lesbianismo constituye una posición privilegiada para el análisis del patriarcado, sobre todo en lo relativo al heterosexismo. La comprensión de la heterosexualidad como una institución impuesta por una enorme presión social, tal y como destacaron Wittig y Rich, abrió la posibilidad de desaprender a ser heterosexuales y entender la orientación sexual como una opción. Para lograrlo, un camino que algunas emprendieron fue el de intentar crear un lenguaje y una cultura femeninos que primara ciertos valores más habitualmente ligados a lo femenino y, por tanto, desvalorizados.
Aunque parte de ahí, Suárez Briones (1997 y 2001) nos alerta acerca de romanticizar en exceso la identidad entre mujeres, pues otras formas de diferencia –la clase social, la raza, la nacionalidad, la edad, la religión etc- empezaban a ser tenidas en cuenta en contra de una universalización falsa de la identidad lesbiana: igual que se vio que no había una sola categoría de mujeres tampoco había una única posibilidad de ser lesbiana. Si la primera posición vino representada por Rich y el continuum lesbiano, el texto paradigmático de los años 80 –putualiza Suárez Briones- podría ser el de Gloria Anzaldúa Borderlands/La Frontera (1987), donde el mestizaje y la ubicación en los márgenes se proclamaba como la posición del sujeto. Las “nuevas sacerdotisas de la posmodernidad lesbiana (léase Fuss, Butler, Kosofsky Sedgwick)” proponían, por un lado, que hay que ir más allá de la lógica binaria que suponen la jerarquía hombre/mujer –denunciada por la teoría feminista- y la jerarquía hetero/homo –cuestionada por la teoría lesbiana y gay- para poder deconstruir estas jerarquías; por otro, conscientes de estar empleando una lengua doblemente opresora –por logocéntrica y heterosexista-, han buscado una lengua propia en la que inscribir su propia experiencia.
Con esta tarea continúa Suárez Briones en 2004 en un estupendo relato de la interpretación psicoanalítica del complejo de Edipo, y de su re-comprensión feminista bajo las lentes de Dorothy Dinnerstein (1977), de quien a su vez parte Nancy Chodorow (1984) en su archiconocido primer trabajo. Dinnerstein comprueba que en todas las sociedades conocidas, son las mujeres las que se ocupan primordialmente del cuidado de las criaturas, y por tanto, en el principio de la vida está una mujer. Esto engendra su asociación con todo lo que es bienestar pero también refleja la dependencia del infante de esa poderosa fuente de vida para lo bueno y lo malo. Esto, en un contexto patriarcal, no ha sido soportado por los hombres, que han logrado un matricidio simbólico y la privación de poder a la madre[17].
Las madres no sólo se mueven en un mundo masculino que desvaloriza el estilo maternal. El propio feminismo de la segunda ola comenzó con el rechazo a las madres como figuras castradoras que reproducían los tics patriarcales y no dejaban crecer a las mujeres; este feminismo empezó, de hecho, como una rebelión contra las madres: de Beauvoir, Firestone... son figuras señeras en esto. Tanta desvalorización maternal llevó en los años ochenta al extremo opuesto, y cuando se perfiló la corriente de lo que se ha llamado “el pensamiento de la diferencia sexual” se produjo una revalorización de las madres, tanto en los EEUU por parte del feminismo cultural (Osborne, 1993) como en Europa por parte del feminismo de la diferencia francés primero, e italiano después.
En el dualismo cuerpo/espíritu, mujer/hombre el cuerpo es la materia, lo abyecto, lo oscuro, la muerte: lo femenino, todo ello opuesto a las actividades del espíritu, lo inteligible, la vida, la civilización: lo masculino. Lo femenino, colocado en un lugar precultural ha sido reinterpretado, en tanto que afuera constitutivo, como lo que pone el contrapunto ideológico al dominio de la lógica falogocéntrica a lo Lacan y Derrida: lo inconsciente, lo desconocido sirve para de-construir al logos y la lógica binaria que éste ha construido. El concepto de “diferencia” de Derrida es utilizado por las feministas francesas así como el de “escritura femenina”, “la escritura de lo no dicho por el lenguaje falogocéntrico” (Suárez Briones), un biolenguaje de la madre y lo femenino, que así impone la presencia de lo ausente por medio de abrirse a la alteridad (1997: 78).
De alguna manera este feminismo, al haberle dado la vuelta al principio fálico por un principio materno, lo reivindica como el elemento civilizatorio, vincular, por medio de oponer la lógica de la oposición y la jerarquía a un principio de la continuidad y la relación. Se vislumbra así un mundo más armonioso y pacífico, y más acorde con la naturaleza benigna que hoy representa la mirada ecofeminista.
En la búsqueda de un lenguaje femenino propio, Mercedes Bengoechea se pregunta si existe una voz femenina distinta de la masculina: su respuesta es rotundamente afirmativa, apelando a la necesidad de retomar (?) el orden simbólico de la madre. Para ello parte asimismo de Rich y su definición de continuo lesbiano como el orden nacido de mediaciones femeninas donde reencontrar la relación perdida con la madre y demás figuras femeninas. Mientras que Wittig realizaba la crítica al psicoanálisis por representar uno de los pilares de la straight mind -el sistema institucional y político que es la heterosexualidad (Briones, 2001)-, Bengoechea vuelve a la teoría psicoanalítica en busca de un hilo conductor que explique a las mujeres “su necesidad de mediación femenina para nombrar el mundo y a ellas mismas” (1997: 80).
Si bien el primer objeto amoroso de todo infante es la madre –y en esto Chodorow, Sau, Rich y otras se le han adelantado-, el patriarcado no sólo se interpone sino que devalúa todo lo que suene a femenino. Siguiendo estrechamente a Irigaray, el “cuerpo a cuerpo con la madre” se restablecería si logramos resistir al orden simbólico patriarcal, matricida por definición.
En 2004 continúa con la misma cuestión: frente a la matrofobia presente en algunos discursos feministas, herederos inconscientes de ideologías patriarcales de corte psicoanalítico, propone una reinterpretación de la relación madre-hijo/a en línea con el discurso neomaternal feminista, siguiendo la estela de Chodorow y sobre todo del pensamiento de la diferencia sexual (Irigaray, Muraro, Rivera): valorar la genealogía materna, el estilo femenino de la relación frente a la separación inherente “al proceso de individuación masculina” (Bengoechea, 2004: 107). De este modo, el estilo maternal de relación con los hijos debería ser el modelo de relación social. Propone, en segundo lugar, promover el vínculo amoroso entre mujeres, en sentido amplio –el “continuo lesbiano”- y en sentido restringido –“hablar la lengua maternal cada vez que nos ´derramemos` en la relación amorosa” (Ibid., 108).
En definitiva, nos hallamos ante una corriente dentro del feminismo que conduce por la via materna a la relación entre mujeres, a una feminización del mundo y a una lesbianización del mismo como subtexto.
En el terreno de las ciencias sociales y sobre lesbianas invisibilizadas versa la tesina de Carmen G. Hernández Ojeda (2005), quien analiza la invisibilidad de las activistas lesbianas en la construcción de la memoria histórica del movimiento lésbico, gay, transexual y bisexual (lgtb) español. A través de entrevistas a históricos activistas de dicho movimiento- Jordi Petit, Empar Pineda, Beatriz Gimeno, Pedro Zerolo y Boti Rodrigo- y del análisis de contenido de diversos ensayos, se intenta responder a estas preguntas: ¿hubo lesbianas en el origen de la lucha de las minorías sexuales o se incorporaron más tarde? Y si esto es así: ¿constan en la narrativa histórica? ¿Y en el imaginario lgtb? La investigación demuestra que sí estuvieron en el origen y que apenas se menciona su existencia. El estudio analiza por qué siguen siendo invisibles en el relato de esa Historia. La invisibilidad de las lesbianas se extiende de igual modo a las políticas de igualdad, tema de la tesina de Raquel Platero (2004), quien sostiene que los diferentes actores políticos construyen los problemas públicos en función de sus propios marcos interpretativos. Su investigación explora la representación de los problemas de gays y lesbianas, así como la conformación de la agenda política, orientada primero hacia las parejas de hecho y más tarde hacia el matrimonio homosexual. Las políticas públicas de igualdad son analizadas con detenimiento para mostrar que las lesbianas no son representadas como mujeres con las excepciones que se indican.
En suma, la andadura de las lesbianas organizadas como movimiento ha oscilado entre el acercamiento y el alejamiento alternativo al movimiento gay y al movimiento feminista. En estos encuentros y desencuentros cuestiones de misoginia e invisibilización de la lesbianas son problemas generales que también tienen su traducción en el seno de la comunidad gay. Pero el feminismo ha intentado igualmente invisibilizar el discurso de las lesbianas en aras de una buena imagen que no hipersexualizara al movimiento. Aunque asuntos centrales relativos a la interconexión entre sexo, género, identidad, sujeto, ciudadanía, dualismos jerarquizados homo/hetero, entre otros, han removido los cimientos de las posiciones feministas, ello no se ha traducido en el correspondiente reconocimiento a la comunidad lesbiana por la importancia de este cuestionamiento. Los debates intra-lesbianas también tienen su protagonismo en torno a cuestiones de identidad, de la forja de alianzas y de las prioridades políticas. Con la entrada del milenio ha proliferado el discurso desde las posiciones queer, como crítica minoritaria a las posiciones “asimilacionistas” representadas por la lucha por la igualdad legal entre la comunidad homosexual y la más amplia sociedad heterosexual. Finalmente, aunque en los últimos años hemos visto la multiplicación de tesis doctorales y publicaciones por parte de lesbianas, falta una mínima institucionalización de los estudios gay, lésbicos y queer, auténtica asignatura pendiente.
BIBLIOGRAFÍA
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Nota biográfica
Raquel Osborne. Doctora en Sociología (UCM) y Master en Sociología (M. Ph.) por la Universidad de Nueva York. Actualmente es Profesora Titular en Sociología del Género en el Departamento de Sociología III de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Sus investigaciones giran sobre todo en torno a la sociología del género y la sociología de la sexualidad. Entre sus publicaciones podemos destacar: -La construcción sexual de la realidad, Madrid: Cátedra, Col. Feminismos, 1993.-(Coord..): La violencia contra las mujeres. Realidad social y políticas públicas. Madrid: UNED, 2001.-(Co-comp.: Sociología de la sexualidad, Madrid: CIS, 2003.-(Co-dir.), La mujeres y los niños primero: discursos de la maternidad, ICARIA, Barcelona, 2004. -(Ed.): Trabajador@s del sexo. Derechos, tráfico y migraciones en el siglo XXI. Barcelona: Bellaterra, 2004.


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[1] Este artículo toma como su punto de partida el publicado en 2006 por Raquel Osborne y Gracia Trujillo, “Sessualità periferiche:una panoramica sulla produzione GLBT e queer in Spagna”, en Domenico Rizzo, ed., Omosapiens: studi e ricerche sull´orientamento sessuale, Roma: Carocci editore, pp. 219-233.
[2] Benito, Emilio de (2006): “Los derechos de los homosexuales 4.500 bodas, 50 adopciones y tres divorcios después”, El País, Sociedad, 2 de julio.
[3] Benito, Emilio de (2006): El País, Sociedad, 30 de junio.
[4]de Benito, Emilio. 2006. “Islotes de tolerancia”, El País, Sociedad, 17 de junio 2006.
[5] Beatriz Gimeno (2005b) escribió una novela, Su cuerpo era su gozo, sobre el caso de dos lesbianas, cuyo amor fue reprimido brutalmente en las postrimerías del franquismo por medio del internamiento y administración de electroshocks durante años a una de ellas en un psiquiátrico y la amenaza de cárcel a su compañera. Sobre el mismo hecho Juan Carlos Claver hizo una desgarradora película, Electroshock (2006).
[6] Mientras que el lesbianismo político florecía en los USA en los años setenta y principio de los ochenta, aquí nos llegaban vagos ecos –como por ejemplo, el representado por Victoria Sau, una no lesbiana por otra parte; pensemos que el famoso trabajo de Adrienne Rich “ Compulsory Heterosexuality and Lesbian Existence” no fue traducido aquí hasta 1985-, y cuando las lesbianas organizadas se posicionaron “políticamente” –véase, por ejemplo, el Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid (CFLM)-, se desmarcaron tanto de este tipo de lesbianismo como del separatista. Véase a este respecto Gimeno 2006 y Pineda 2007.
[7] No conozco otro caso, ni aquí ni allende nuestras frontera, en particular en los EEUU, donde esta corriente comenzó a tomar cuerpo a principios de los años setenta, de una feminista heterosexual que articule y se manifieste tan contundentemente a favor de esta propuesta.
[8] Agradezco a Rosalía Romero haberme hecho llegar un pequeño dossier con algunos textos no publicados de Gretel Ammann.
[9] Gretel Ammann, líder del Grupo de Amazonas de Barcelona, conoció en esta época los escritos de Monique Wittig. Vid. Navarrete, Ruido y Vila. 2005. vol. 2, p. 167.
[10] Para esta parte he contado, más allá de mi propio conocimiento, sobre todo con los trabajos de Llamas y Vila (1997) y Pineda (2007).
[11] Conviene aclarar que, hasta donde se me alcanza, la intensidad de sus críticas nunca ha negado la importancia de un logro del calibre de la legalización del matrimonio y la adopción.
[12] De Benito, Emilio: “Los representantes de cuatro confesiones se unen para pedir la protección del matrimonio homosexual”, El País, 21-4-2005, p. 34.
[13] Wittig ya había sido publicada con anterioridad, pero esta nueva edición se hace en el contexto del florecimiento de lo queer en España.
[14] Susana Pérez de Pablos, “Educación para la ciudadanía incluirá la crítica a los ´prejuicios homófobos`”, El País, 30 de octubre de 2006, SOCIEDAD, p. 39.
[15] BDSM: según Wikipedia estas siglas denotan Bondage –ataduras- y Sumisión (B&S), Dominación y Sumisión (D&S) y Sadismo y Masoquismo (S&M).
[16] Este servicio en Vitoria-Gasteiz es pionero en el Estado Español y financiado íntegramente por una institución pública. Dicho ayuntamiento fue también pionero a la hora de poner en marcha el Registro de uniones civiles.
[17] Conviene recordar que Victoria Sau ya en 1979 habla del primer amor femenino por las madres, de cómo eso conduce a posibles lesbianismos, de cómo se encauza la homosexualidad al igual que la heterosexualidad (p.65-66), de la dimensión de poder de la maternidad cuando deja de estar controlada por el otro sexo (p. 90), de la forma en que el hombre es prescindible cuando no innecesario y de cómo la única relación importante sería la de madre e hija (p.94).

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