Según cuenta una anécdota, quizás apócrifa, la propia reina Victoria se negó a firmar una ley contra el lesbianismo, arguyendo que el sexo entre mujeres no podía existir; por lo tanto no era necesario penalizarlo. Sin embargo, no vaciló en firmar una ley muy dura en contra de la homosexualidad masculina. Hasta hace poco se creía que la sexualidad era cosa puramente de hombres. Desde luego, en algunas cabezas existe aún la idea de que el lesbianismo es algo que se hace cuando no hay ninguna otra alternativa, o cuando todavía no han encontrado un 'verdadero hombre' que les descubra una
sexualidad 'plena'.
La 'orientación' sexual es algo que uno no puede elegir libremente;
si esto fuera posible, muchos homosexuales dejarían de serlo sólo por
las complicaciones que ello conlleva.
El Lesbianismo
La pareja lesbiana tiene un gran auge en la evolución social, económica y jurídica que transformó la condición de la mujer en la era moderna. El lesbianismo de hoy no puede entenderse sin el movimiento feminista, la liberación gay y la revolución sexual de los
años ´70. Primero, por el surgimiento de la idea de una vida afectiva y sexual independiente de los hombres; ya que ni la identidad, ni la madurez, ni la felicidad, ni el deseo, ni el placer sexual de la mujer dependen de ellos. En segundo lugar, aparece la idea de que la mujer no precisa casarse ni tener hijos para realizarse plenamente.
Por último, está la idea de que dos mujeres pueden valerse por sí mismas, en lo material y en lo emocional.
Entonces, la pareja lésbica contemporánea descansa en el hecho crucial de que dos mujeres no dependen del hombre desde el punto de vista sexual, afectivo, económico ni social. He aquí, en efecto, lo que más les extraña a los heterosexuales hombres y mujeres. Cuando piensan en el lesbianismo, no es tan sorprendente el que dos mujeres tengan relaciones, ni tampoco que se enamoren; lo verdaderamente
incomprensible es que ellas quieran y puedan vivir sin un hombre, cuando bien podrían encontrarse alguno 'si sólo hicieran un pequeño esfuerzo'. Más extraño aún es el que quieran renunciar al matrimonio ¡y a los hijos! Aquí reside para ellos lo desnaturalizado que el lesbianismo implica: que la mujer deje de hacer lo que es 'propio' de su sexo. Es por eso que la relación lésbica tiene un carácter esencialmente subversivo: pone en entredicho todo el sistema de poder y las relaciones entre los sexos que ha elegido la sociedad.
Entonces, allí no debemos sorprendernos el hecho de que el lesbianismo sea frecuentemente desvalorizado y minimizado por muchos autores clásicos de la psicología y psicoanálisis, que lo catalogan como infantil y poco digno de atención. Este 'comportamiento', en el mejor de los casos, se lo ve como un pasatiempo inofensivo con el cual dos mujeres se entretienen mientras llega el momento de casarse.
De este modo tendrán acceso al 'verdadero amor' y a una
sexualidad 'adulta'. Irónico ¿no?
La identidad lesbiana no es sólo una orientación sexual, representa un rechazo también a las reglas de juego establecidas por una sociedad machista. Esto a veces se interpreta erróneamente como un odio hacia el sexo masculino, pero no sería más que una confusión simplista que a veces se usa para descalificar a las minorías.
El lesbianismo es una postura difícil, pero a la vez enriquecedora a nivel personal. Comencemos por las dificultades económicas: la pareja lésbica es la de menores ingresos si se la compara con las otras. Respecto a las dificultades prácticas las lesbianas de hoy se sobreponen generalmente al desarrollar conocimientos típicamente
masculinos, como por ejemplo arreglar una lámpara, revisar el aceite del auto, etc.
A esto se refieren generalmente cuando nos tildan de 'mari-machas'. Por supuesto, también existen lesbianas que acuden a un hermano o amigo cuando se les presenta una dificultad de este tipo; pero también hagamos notar que a veces somos más autónomas que las mujeres casadas: tenemos la posibilidad de ser independientes en el orden económico, profesional y doméstico; y también de ser competentes y autónomas porque no está la necesidad de someterse a las reglas del matrimonio. Todo esto tiene un efecto positivo sobre la autoestima y bienestar en el nivel psicológico.
La pareja lésbica, en comparación con la pareja heterosexual, se caracteriza por la igualdad entre sus integrantes. Claro está que esto vuelve más compleja la relación: entre iguales siempre habrá desacuerdos, sencillamente porque las decisiones se pueden discutir.
La libertad de expresión también conduce a un mejor entendimiento, pero a un mayor número de enfrentamientos.
Un rasgo distintivo de la pareja lesbiana es, en efecto, la intensidad afectiva. No es que cuando hay un hombre la mujer se controla, simplemente tiene que ver con que la forma de crianza de una mujer y un hombre son distintas: la mujer no encuentra
restricciones en expresar sus sentimientos y hablar de ellos. Esto se remonta a la formación de identidad de género en los tres primeros años de vida.
En las relaciones interpersonales las mujeres dan una alta prioridad a la intimidad, a la comunicación afectiva y a la cooperación.
Tienden a formar vínculos horizontales (similitud e igualdad). Las mujeres denotan capacidad para la empatía, es por eso que las lesbianas hacemos con nuestra pareja lo que habríamos hecho con nuestra familia: la cuidamos, nos preocupamos por ella, tratamos de prever sus necesidades. A causa de esto es que a veces se da la
sobreprotección recíproca o, en otros casos, una actitud maternal.
Este entendimiento profundo y casi telepático que se da en la relación lésbica, a veces lleva a una identificación sin límites y a una fusión en la pareja (nos acompañamos a todas partes, intercambiamos ropa, maquillaje); a diferencia de las otras parejas, que muchas veces conservan amistades y actividades fuera de la pareja. Por eso es muy importante encontrar un equilibrio entre la intimidad y la autonomía. Es bueno reinventar la pareja, algo muy común en las parejas homosexuales de todo tipo.
Es bueno también pelearse de vez en cuando, ya que desde siempre en la sociedad a la mujer se le ha endilgado el trabajo de reprimir la ira. El desacuerdo marca la individualidad, la diferencia, los límites entre las personas, no por esto se destruirá la relación sino que servirá para evaluar lo que no funciona, negociar y ponerse de acuerdo, darle un aire a la relación. Estas y otras claves evitarán la fusión completa
de la pareja y el conocido apagón en la cama, ya que las lesbianas al parecer somos las menos sexuales de todas las parejas.
Aunque no se piense así, ya que con el correr del tiempo van espaciándose más las relaciones para dar lugar a una charla continua, un romanticismo exacerbado, a veces por los mismos tabúes que ponen trabas en nuestras relaciones, por ejemplo: la dificultad de tomar la iniciativa a lo que nos acostumbra la sociedad, la represión del deseo sexual, y factores puramente fisiológicos.
Claro que esto no siempre pasa y más cuando la educación en la actualidad va cambiando muy de a poco y los estereotipos van haciéndose de a poco más difusos. Merced a la revolución sexual también las costumbres de las mujeres van cambiando, tanto las de lesbianas como también de las heterosexuales.
La lucha por la individualización es el reto que en este momento enfrentan todas las mujeres. Las lesbianas vamos a la Vanguardia de ello, porque constituimos la población que se ha liberado de los imperativos de los hombres, el matrimonio y la maternidad. Hemos forjado una identidad más allá de los papeles tradicionales de la
mujer. El lesbianismo no es como equivocadamente se pensaba: un triste destino de las mujeres cuando no encuentran con quién casarse; es una forma de vida a la que apelan las mujeres como seres humanos que han logrado sobreponerse a las dificultades.
Resultamos de ello, mujeres plenamente competentes y autónomas. Ya no nos definimos como mujeres a través de roles de madres, hijas o esposas, sino bajo una
identidad autónoma.
En estas circunstancias las mujeres no sólo somos amantes, pareja y mejores amigas sino que verdaderas aliadas en la vida.
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